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Mejor solo que mal acompañado

25 abril, 2012

Uno se da cuenta de lo rápido que pasa el tiempo cuando haciendo números descubre que hace casi diez años del último disco memorable de una banda como White Stripes. Elephant, la obra cumbre del dúo de Detroit, sonaba como una lavadora centrifugando clavos con dinamita y funcionaba al cien por cien tanto en la inmediatez como en el virtuosismo, de manera que hacía imposible quedarse con un single aislado o un pasaje determinado. Ese disco fue el principio del final para los Stripes porque sabían que jamás podrían ni siquiera aproximarse a la perfección de ese trabajo, aunque tras el marrón que supuso Get Behind Me Satan aplaudiéramos la crudeza -y las trompetas loquísimas- de Icky Thump.

Y después llegaron los directos, los documentales, una supuesta cinta erótica con Meg White y los proyectos paralelos de Jack White, terrenos que prefiero no volver a pisar porque ni The Raconteurs ni The Dead Weather me parecen bandas que vaya a recordar en el futuro cercano.

Así nos enfrentamos a Blunderbuss, el debut en solitario de Jack White sin saber muy bien qué identidad nos vamos a encontrar, pero con la sospecha de que será una mezcla perfecta del que ha atravesado todos esos terrenos citados anteriormente. Y, en efecto, los dos primeros cortes del disco podrían tener su sitio en cualquiera de los discos de White Stripes, sobre todo la extrema Sixteen Saltines, un ejemplo perfecto de la maestría de White para lograr los máximos resultados con uno de sus habituales riffs de guitarra y un par de huevos. Blunderbruss no pierde el tiempo a la hora de conseguir atmósferas y así lo demuestra una muy rica sección rítmica, con baterías juguetonas y adornadas como en Freedom at 21 y pianos electrónicos que potencian el aire garage pero también muy 50’s rock del álbum. Es cierto que en el ecuador el disco se echa una siesta parecida a las que suele pegarse Ryan Adams, y que cuando se despierta todo vuelve a ser bailable y agitable – I’m Shakin– y que su fiebre de clasicismo vuelve para quedarse de nuevo en el tramo final, pero no estropea el buen sabor de boca que va dejando Jack White en sus canciones, cada una presentada y ejecutada como una aventura completamente diferente de la anterior y que termina más negra que nunca en los últimos dos minutos de gloria del tema que cierra un trabajo casi perfecto.

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Cool Cumbayá

17 abril, 2012

Escribo estas líneas cuando apenas he escuchado el disco un par de veces, pero lo hago desde el sector hooligan del gallego, un tipo al que sigo desde que editaba mini lps con la Elephant Band.

Tras la Fábrica de chocolate, en el año 2000, Xoel López se convirtió en Deluxe y publicó cinco discos y un puñado de singles y Eps magníficos, creando himnos generacionales –Que no, I´ll see you in London– y colaborando aquí y allá con Lovely Luna, Pereza o tantos otros. Durante todo ese periodo nunca dejó de estar en el punto de mira, sobre todo cuando pasó del inglés eléctrico al castellano suavizado, pero siempre manteniendo la coherencia y una de las mejores voces de nuestro pop.

Con el irregular Reconstrucción Xoel puso rumbo a las Américas, instalándose en Argentina y reposando su nueva trabajo, el que más se ha hecho esperar de su carrera.

Atlántico sigue siendo Xoel, el hombre orquesta, el cantautor, pero los años en Argentina le han provocado una nueva transformación, probablemente la más complicada de su carrera. Canciones como Hombre de ninguna parte, Caballero, Joven poeta o Por el viejo barrio nos presentan a un músico que pertenece a otro continente, a otro mundo a mil jodidas millas de Malasaña, y no sé hasta qué punto vamos a entenderlo y aceptarlo. Y digo vamos porque yo, fan fatal, aquí estoy tratando de instalar esas melodías multicolor tan vitalistas y adornadas por coros juguetones en mi cabeza sin conseguirlo al instante, primera sorpresa del disco: no entra a la primera escucha.

Para su trabajo más personal y pausado ha dejado atrás seudónimos y dispositivos electrónicos, pero sigue jugando con las voces y ofrece en Tierra, uno de los más destacados temas del disco, la habitual serenidad acústica que tanto le caracteriza. Desafinado amor, Postal de Nueva York o el desenlace del tema que cierra el disco -porque la primera mitad es un tango- , El asaltante de estaciones, nos devuelven al Xoel de antes, al que, una vez asimilado el Atlántico, sospecho que no volveremos a ver. A pesar del susto inicial parece que las nuevas canciones de Xoel López van asentándose, así que ahora vamos a dejarlas reposar.