Uno se da cuenta de lo rápido que pasa el tiempo cuando haciendo números descubre que hace casi diez años del último disco memorable de una banda como White Stripes. Elephant, la obra cumbre del dúo de Detroit, sonaba como una lavadora centrifugando clavos con dinamita y funcionaba al cien por cien tanto en la inmediatez como en el virtuosismo, de manera que hacía imposible quedarse con un single aislado o un pasaje determinado. Ese disco fue el principio del final para los Stripes porque sabían que jamás podrían ni siquiera aproximarse a la perfección de ese trabajo, aunque tras el marrón que supuso Get Behind Me Satan aplaudiéramos la crudeza -y las trompetas loquísimas- de Icky Thump.
Y después llegaron los directos, los documentales, una supuesta cinta erótica con Meg White y los proyectos paralelos de Jack White, terrenos que prefiero no volver a pisar porque ni The Raconteurs ni The Dead Weather me parecen bandas que vaya a recordar en el futuro cercano.
Así nos enfrentamos a Blunderbuss, el debut en solitario de Jack White sin saber muy bien qué identidad nos vamos a encontrar, pero con la sospecha de que será una mezcla perfecta del que ha atravesado todos esos terrenos citados anteriormente. Y, en efecto, los dos primeros cortes del disco podrían tener su sitio en cualquiera de los discos de White Stripes, sobre todo la extrema Sixteen Saltines, un ejemplo perfecto de la maestría de White para lograr los máximos resultados con uno de sus habituales riffs de guitarra y un par de huevos. Blunderbruss no pierde el tiempo a la hora de conseguir atmósferas y así lo demuestra una muy rica sección rítmica, con baterías juguetonas y adornadas como en Freedom at 21 y pianos electrónicos que potencian el aire garage pero también muy 50’s rock del álbum. Es cierto que en el ecuador el disco se echa una siesta parecida a las que suele pegarse Ryan Adams, y que cuando se despierta todo vuelve a ser bailable y agitable – I’m Shakin– y que su fiebre de clasicismo vuelve para quedarse de nuevo en el tramo final, pero no estropea el buen sabor de boca que va dejando Jack White en sus canciones, cada una presentada y ejecutada como una aventura completamente diferente de la anterior y que termina más negra que nunca en los últimos dos minutos de gloria del tema que cierra un trabajo casi perfecto.